22 de mayo de 2013

Disculpe, ¿dónde queda el Control Central?

¡Dimento Raf! ¿Por qué me has abandonado? Por culpa de mis pecados fui absorbido molécula a molécula por un haz de luz carmesí, fui arrastrado al otro lado del espejo virtual y fui arrojado a un páramo de celulosa y plástico aquilatado en las factorías de MB, donde traté de preservar de una pieza mi pellejo miniaturizado en la rejilla de juego de Zaxxon, el robot asesino. Asistí al relato de las faltas que se me imputaban en silencio y cabizbajo, incapaz de alegar nada en mi defensa. Todo era cierto, la indiferencia hacia los videojuegos durante la niñez, el desprecio juvenil dirigido contra el mundo arcade y la actitud desdeñosa hacia los objetos vintage y cualquier cosa con aroma a nostalgia exhibida desde que tengo uso de razón eran irrefutables. - Dimento Earl, reflexivo a su manera -

Por culpa de mis pecados fui absorbido molécula a molécula por un haz de luz carmesí, fui arrastrado al otro lado del espejo virtual y fui arrojado a este páramo de celulosa y plástico aquilatado en las factorías de MB. Una infancia iconoclasta no enmendada en los años de prepúber era el delito esgrimido por mis jueces y captores: la Desproporcionada Reina de Corazones y el menor y más caprichoso de los descendientes de Hal 9000, Control Central, un mega-servidor ávido de poder, entre 900 y 1.200 veces más inteligente que mi mentor y dicen las malas lenguas que dispuesto a volatilizar el universo con tal de apropiarse de su ludoteca. Condenado a una muerte segura, preservar de una pieza mi pellejo miniaturizado en la arena de su rejilla de juego iba a requerir de una proeza digna de Neo Chaqueta de Cuero: batir al imbatible, al robot psicópata por todos conocido, al malvado Zaxxon.

- ¡Dimento Raf! ¿Por qué me has abandonado? - pensé antes de escuchar el veredicto...

Si los hermanos Wachowsky tejieron el tapiz de Matrix tirando del ovillo de Carroll y las costuras de Tron, me asusta pensar lo qué serían capaces de hilvanar los Dimento Brothers.
Asistí al relato de las faltas que se me imputaban en silencio y cabizbajo, incapaz de alegar nada en mi defensa. Todo era cierto. La indiferencia hacia los videojuegos durante la niñez, el desprecio juvenil dirigido contra el mundo arcade y la actitud desdeñosa hacia los objetos vintage y cualquier cosa con aroma a nostalgia exhibida desde que tengo uso de razón,  todo aquello que se me afeaba era cierto y los argumentos, irrefutables. Si no me creéis o juzgáis exagerados los cargos apuntados en este sumario, reservar vuestra incredulidad para quien pueda merecerla. Hechos probados:

- El día que vi a mi hermano mayor hurgando con un destornillador de precisión en la pletina conectada al spectrum, al parecer, peaje obligatorio para sintonizar en aquel viejo televisor en blanco y negro de mierda  el Galaxians y el Green Beret, no volví a estrujarme las yemas contra su teclado. Tenía un metro y poco de estatura y siempre he sido perezoso, pero autosuficiente. He renunciado, desde entonces, a ser dueño de cualquier videoconsola. Puede que una Ninpondo lo hubiera cambiado todo; nunca lo sabré.

- Mi infancia transcurrió alejada de las salas recreativas hasta el punto de solo poner el pie en una de ellas durante las visitas familiares navideñas a mis abuelos en Salamanca. Y esas incursiones fugaces al Picadilly solo duraban lo que la misa en la que en teoría andábamos postrados.

¡Vade retro Spectrum!
- Siendo ya un adolescente, fui un asiduo de los billares del barrio, pero no recuerdo haberlos frecuentado con intenciones estrictamente lúdicas y la mayor parte de las veces, me conformaba con mirar adormecido a otros colegas de ojos enrojecidos matar el tedio jugando al futbolín.

- No conservo fotografías analógicas, he regalado películas y libros, he tirado cds originales a la basura como quien se deshace de un trapo raído y sospecho que hay oscuros intereses crematísticos en el regreso del vinilo y el culto inducido a todo lo añejo.

Dada esta ausencia total de antecedentes, acaté la sentencia sabedor de que cualquier réplica, además de fútil, enardecería aun más los ánimos justicieros de la malvada CPU y su macrocefálica secuaz. ¡No estaba dispuesto a ser linchado por una turba de cartas de póquer sin antes de medirme a Zaxxon, el Autómata Asesino! Tragué saliva con sabor a hule y celofán y apreté los puños de polietileno dispuesto a ver ejecutado en el acto mi condena, pero ésta se hizo esperar porque, mientras tanto, en el mundo real...

Un torrente de baba había desbordado la comisura de mis labios y surcaba parsimonioso la mejilla antes de precipitarse en caída libre hacia el tablero. La cabeza ladeada y las extremidades flácidas propias de un muñeco de ventrílocuo entre actos, los ojos en blanco y la secuencia de silencio-mugido, silencio-mugido, eran sintomáticos de algo peor que el aburrimiento. Ajeno a esta suerte de desdoblamiento ludoastral,  a este trance inverso, Dimento Raf peroraba sobre la "confluencia de aficiones y recuerdos" encarnada  por ese juegazo inspirado en un popular arcade de Sega de los ochenta. Y el fantasma de los veranos pasados consumaba su pretensión de abotargarme el cerebro a golpe de anécdotas iterativas,  aprovechando mi estado de parálisis absoluta. No en vano, a escasos tres palmos de mi barbilla y sobre el tapete...

A causa de mi poca fe en la paleo-informática, di con mis huesos escépticos en una cárcel de cartón, compartiendo celda, cháchara y destino con 2 históricos penados: Dimento Tron (apócope de tronco) y Dimento Ram. Al contrario que en la película, no tuvimos el menor reparo en deshacernos de este último, un secundario vulgar y del montón, tras unos pocos microciclos de confinamiento: al carecer de profundidad, el espacio escasea en este universo 2D y ninguno de nosotros estaba dispuesto a compartir intimidad y litera con él. De rebote, pudimos entrenar más y mejor en el lanzamiento de discos y las carreras de motos, mejorando la sincronía requerida para afrontar con garantías un reto por parejas en el que...

Cada jugador controla 2 aviones de combate cuyo cometido es derribar uno por uno al pérfido Zaxxon antes que su contrincante, logrando así alcanzar la Torre Input/Output donde contactaría con mi yo programador-interior quien, con un par de líneas de código, me daría la clave para derrotar al Galimatazo y escapar por el orificio dilatado de una madriguera de conejo, o algo por el estilo.

Pero antes de enfrentarte a tú diabólico rival, deberás alcanzar con cada uno de los cazas una serie de objetivos diseminados por el tablero que obstaculizan tu avance: torretas, depósitos de combustible, salones de té psicóticos, programas al acecho y guardianes de la torre seccionados y dubitativos.

Dimento Raf, muy diestro en el manejo de sus misiles y el mejor piloto sobre la mesa, logró escapar al ángulo de tiro hexagonal de este Golem de hojalata mientras yo, abatido una vez tras otra,  era obligado a volver sobre mis pasos para tratar de completar una misión imposible.  

Derrotado por el Control Central, quedé atrapado en las planicies de la edición para tablero de un retrogamer viejuno, inmovilizado en un estado de catatonia que mi maestro confunde con la complicidad y recluido de por vida en un ciclo niño-adolescente-adulto-niño que no termina de cuajar.

Recreación con cierta sorna de mi derrota a manos de Dimento Raf


Y no te olvides de visitarnos en Dimento Games.

B.S.O de la partida: Tron Legacy - Daft Punk
Música de fondo de la reseña: Crack the Sky (2009) - Mastodon
Entradas relacionadas: Tiempos Viejunos - Zaxxon: Retrogamers de mesa

Dimento Earl
'Neófito pendenciero' y discípulo de Dimento Raf.

Ludoteca: préstamos y alguna adquisición vitalicia.
Ocupación actual: reciclando el karma por todas las partidas no echadas.

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